viernes, 15 de mayo de 2009

LA VIOLENCIA DOMESTICA, EN AUMENTO



Mujeres y niños son víctimas usuales de la violencia doméstica, tanto en nuestro país como en el mundo, según muestran documentos elaborados por diversos organismos.
Entre marzo y noviembre de 2008, según un informe difundido por la organización Amnistía, 81 mujeres murieron en Argentina, víctimas de violencia de género, y se reportaron 11 víctimas por semana.


También el año pasado, en la ciudad de Buenos Aires ingresaban en la Justicia en promedio unas 15 causas civiles por violencia doméstica por día. Sin embargo, tras la inauguración en octubre de una Oficina de Violencia Doméstica de la Corte Suprema de Justicia, frente a los Tribunales, el número creció hasta los 60 casos diarios.
El fenómeno no es nuevo, pero aumenta año tras año. Mientras en 1995 la Cámara en lo Civil recibió 1009 denuncias por violencia familiar, en 2007 el mismo tribunal registró 3779 denuncias, según las estadísticas oficiales del Poder Judicial. También trascendieron casos de la provincia de Buenos Aires: el año pasado, se recibieron más de 120.000 denuncias por violencia familiar.
Según un sondeo de la Facultad de Psicología de Mar del Plata, juntamente con un instituto de Francia, sufrió abusos el 14,5% de los adolescentes encuestados (el 84%, de sexo femenino; el 16%, de sexo masculino). Entre los victimarios, el padrastro ocupó el primer lugar.
La violencia en general, es una acción ejercida sobre otros para lograr, mediante la coerción, un comportamiento contrario a su voluntad, por lo tanto, a su autonomía, porque estamos frente a la negación de su ser como sujeto libre.
Familia y sociedad, en su concepción tradicional perpetúan la cultura de la violencia contra la mujer ya que ella queda atrapada en un tejido de situaciones de tipología patriarcal que niega derechos.
Considerar a las mujeres víctimas y no sujetos inmersos en relaciones subjetivas desequilibrantes y peligrosas, es pensar la violencia hacia las mujeres como un hecho insignificante.
La violencia contra las mujeres es sin duda una construcción sociocultural impulsada por exclusiones, cuya propuesta es: hay personas "más" merecedoras de derechos que otras.
Para la construcción de esta nueva subjetividad es fundamental otra concepción de hacer y pensar la política y la recuperación de muchos más espacios de expansión democrática, que amplíen en las mujeres su conciencia de sujetos y actoras sociales.
Las mujeres maltratadas sufren una exposición sistemática al miedo que provoca la agresión física en su espacio íntimo.
Esto genera cuadros depresivos que producen una situación en donde la mujer, cada vez más aislada, deja de tener noción de la realidad. La ruptura del espacio de seguridad en su intimidad, consecuencia de la conversión de su pareja de vínculo de seguridad y confianza a fuente de peligro causa desorientación, así nace la incertidumbre de cuándo y porqué se producirá la siguiente paliza.
La víctima va perdiendo cada vez más poder de decisión y cede, cada vez más, a la presión de un estado de sumisión y entrega que le garantiza unas mínimas probabilidades de no equivocarse en su comportamiento.
El agresor mostrará arrepentimiento que desorienta a la mujer. El riesgo de ser agredida nuevamente hace que se adapte a la situación, vinculándose aún más con su pareja violenta. Separando las experiencias negativas de las positivas y sólo enfocándose en lo bueno, creyendo el arrepentimiento de su agresor lo que la lleva a modificar su identidad.
Luego las percepciones que reciba la mujer pasarán por el filtro del nuevo modelo mental que ha asumido para explicar su situación, complicándose en gran medida las probabilidades de extraer a esa víctima del entorno de violencia. En mujeres con relaciones personales muy limitadas al espacio doméstico, cuyas oportunidades de intercambio en otros ámbitos estén restringidas, la percepción de su espacio vital puede ser bastante similar a la de un cautivo.
Las víctimas se auto culpabilizan, guardan silencio sobre el maltrato, justifican cualquier golpe y creen en los motivos que su agresor expresa, apelando al vínculo afectivo que les queda.